El día de su boda, mi padre acompañó felizmente a su joven esposa a su habitación, pero segundos después oímos sollozos. Al abrir la puerta, lo que vimos nos dejó paralizados.

Mi padre se llama Narayan Ji. Tiene 65 años y vive en Jaipur, Rajastán. Es un hombre de gran fuerza de voluntad que ha afrontado muchas dificultades, pero aún conserva un espíritu esperanzador. Mi madre falleció cuando mi hermano menor y yo éramos pequeños, y él nos crió solo con todo su amor y sacrificio. Durante muchos años, se negó a volver a casarse, diciendo que nosotros dos éramos suficientes.

Pero después de casarnos y tener hijos, mi padre empezó a hablar menos y a pasar más tiempo solo. Se sentaba junto a la ventana durante horas, contemplando en silencio las calles de la Ciudad Rosa. Cuando llegábamos a casa, reía a carcajadas y hablaba; pero cuando nos íbamos, la casa quedaba en silencio.

No quería que mi padre se quedara solo para siempre, así que, tras mucho deliberar, mi hermano menor y yo decidimos buscar a alguien que pudiera hacerle compañía y cuidarlo en su vejez. Al principio, mi padre se opuso rotundamente, diciendo que era demasiado mayor y que no necesitaba volver a casarse. Le explicamos pacientemente: “No solo por ti, sino también por nosotros. Cuando alguien está contigo, nos sentimos más seguros”.

Según la tradición hindú, el día de la boda fue muy hermoso: bajo el mandap, mi padre lucía un sherwani nuevo que lo hacía parecer mucho más joven; la novia, Rekha, llevaba un precioso sari color crema. Ambos dieron vueltas alrededor del fuego sagrado; mi padre, con gran destreza, le ató el mangalsutra y le aplicó el sindoor. Todos los familiares los bendijeron; todos se maravillaron al verlo radiante como en su juventud.

La celebración terminó, y mi padre, feliz, acompañó a la novia a la noche de bodas tan rápido que nos reímos hasta llorar. Le dije en broma a mi hermano menor: “Mira a papá, está más nervioso ahora que el día de su boda”.

Mi hermano menor me dio una palmada en el hombro en broma: “¡Tiene casi 70 años, pero aún tiene muchísima energía!”.

Justo cuando pensábamos que todo estaba bien, una hora después, oímos a Rekha llorar en la habitación. Toda la familia estaba conmocionada y sorprendida…

«¡Papá! ¿Qué pasó?»

Nadie respondió, solo sollozos. Abrí la puerta y entré.

La escena que se presentó ante mí me dejó paralizado: Rekha estaba acurrucada en un rincón de la habitación, con los ojos rojos, los brazos fuertemente abrazados a sus rodillas y la respiración entrecortada. Mi padre estaba sentado en la cama, con la ropa desaliñada y el rostro marcado por la confusión y la ansiedad. El ambiente era sofocante.

Pregunté:

«¿Qué pasó?»

 

 

 

 

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