Soy Aling Teresa, tengo 58 años.
Soy una madre sencilla, vendedora de verduras en el mercado y pariente soltera de mi hijo Marco, quien estaba a punto de casarse con la mujer que adoraba: Lara, una profesional de una familia adinerada.
Tres meses antes de la boda, me sentía ansiosa a diario. No por la fastuosa recepción ni por el costo, sino por una simple razón: no tenía nada que ponerme.
EL VESTIDO VERDE
Cuando era joven, tenía un vestido que reservaba para ocasiones especiales: uno verde, con un bordado sencillo en el pecho, cuya tela estaba descolorida por el paso del tiempo y los recuerdos. Lo usé cuando di a luz a Marco y de nuevo cuando se graduó de la universidad.
Ahora, con la boda acercándose, dudaba en volver a usarlo. Estaba viejo, algo gastado, pero era todo lo que tenía. Intenté pedir prestado algo nuevo, pero no me sentía natural. Lo único que podía hacer era ser fiel a mí misma: ser la madre que siempre había sido.
EL DÍA DE LA BODA
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