Ella obedeció en silencio. Cuando el vestido se deslizó sobre su cuerpo, encajó con la suavidad de una caricia. Yo misma cerré los botones de la espalda, uno por uno. Cada clic sonaba como una pequeña reconciliación.
Al volverse hacia el espejo, mi hija se quedó sin palabras. El vestido la envolvía con delicadeza, resaltando su figura sin exagerar, con ese toque artesanal que ningún diseño comercial podría imitar.
—Mamá… —susurró—. Es hermoso.
Sentí un nudo en la garganta. —Siempre lo fue.
Ella se giró y me abrazó con fuerza, como hacía años que no lo hacía.
En ese instante, supe que el día, pese a todo, aún podía salvarse.
Pero lo que ocurrió durante la ceremonia superó cualquier expectativa…
La boda comenzó al atardecer, en un jardín adornado con luces cálidas y pétalos blancos. Yo me senté en la segunda fila, aún con el corazón latiendo acelerado. Había pasado de sentirme invisible a ser, de alguna manera, parte esencial de aquel día. Pero lo que estaba por ocurrir me tomaría totalmente por sorpresa.
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