A pocos minutos de caminar hacia el altar para casarme con el hombre que creía amar, me refugié en el baño intentando controlar los nervios. Por fin empecé a respirar con calma… hasta que alguien entró y dejó su móvil en altavoz. La voz que salió del teléfono me heló la sangre: era una voz demasiado familiar, demasiado íntima. Pero lo que dijo después… rompió todo lo que yo pensaba que sabía sobre mi futuro esposo. En un instante, mi mundo perfecto se convirtió en
Era Daniel.
Mi futuro esposo.
Me acerqué al móvil, como si algo invisible tirara de mí. No debería haber escuchado, lo sé, pero mis piernas se movían solas, impulsadas por un presentimiento que no comprendía del todo.
—Hoy es el día, ¿no? —respondió una mujer con un tono entre dulce y mordaz—. La famosa boda perfecta.
No era una voz cualquiera.
Era la voz de Lucía, la mejor amiga de Daniel. La misma Lucía que se había convertido en una presencia constante durante los preparativos, siempre “ayudando” en todo.
—Sí, hoy es… —Daniel suspiró al otro lado— No hablemos de eso ahora. Ya sabes lo que siento.
Lucía soltó una risa baja, íntima.
—¿Y ella? ¿Ya sospecha algo?
Mi corazón dio un vuelco tan fuerte que sentí cómo el vestido se me ajustaba de pronto, como si intentara impedir que respirara.
—Claro que no, respondió Daniel con una seguridad que me atravesó como una cuchilla—. Ella cree que todo está bien. Y así debe ser.
—¿Cuándo vas a decírselo? —presionó Lucía—. No puedes seguir con esto para siempre.
—Después de la luna de miel, dijo él sin titubear. No antes. No quiero arruinar nada hoy.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
¿Decirme qué?
¿Después de la luna de miel?
¿Con quién demonios estaba hablando realmente? ¿Qué clase de secreto compartían?
Mi respiración volvió a descontrolarse, esta vez no por nervios, sino por puro terror. Me acerqué más, incapaz de apartarme del teléfono
Daniel continuó:
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