A pocos minutos de caminar hacia el altar para casarme con el hombre que creía amar, me refugié en el baño intentando controlar los nervios. Por fin empecé a respirar con calma… hasta que alguien entró y dejó su móvil en altavoz. La voz que salió del teléfono me heló la sangre: era una voz demasiado familiar, demasiado íntima. Pero lo que dijo después… rompió todo lo que yo pensaba que sabía sobre mi futuro esposo. En un instante, mi mundo perfecto se convirtió en

—Mi padre… —empezó— está involucrado en un problema legal bastante serio. Y no quería que esto afectara nuestro día. Lucía lo sabe porque ella me acompañó cuando recibí la noticia. No quería decírtelo porque pensé que te preocuparías o incluso te cuestionarías si… si seguir adelante con la boda.

Sus palabras me golpearon en direcciones distintas. Por un lado, aquello podría tener sentido. Por otro, algo en su tono, en su inseguridad, no terminaba de encajar. Como si no fuera toda la verdad.

—¿Eso es todo? —pregunté, vigilando cada gesto.

Daniel dudó apenas un instante.

Y ese instante lo dijo todo.

Antes de que Daniel pudiera defenderse, la puerta lateral se abrió y apareció Lucía. Al vernos juntos, su rostro se tensó como si hubiera entrado justo en medio de un incendio.

—¿Todo bien? —preguntó, aunque su tono dejaba claro que sabía que no lo estaba.

No me moví. No aparté la mirada de Daniel.

—Quizá quieras contarlo tú también —le dije a ella—. Ya que al parecer eres parte importante del secreto.

Lucía miró a Daniel, luego a mí, y cerró la puerta detrás de ella. Se apoyó en ella como quien se prepara para admitir algo inevitable.

—No deberías haber escuchado esa llamada —comenzó.

—No la escuché por gusto —repliqué.

Lucía respiró hondo.

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