Cuando falleció mi esposo, mis suegros me dejaron sin nada. Entonces, el abogado reveló una verdad que cambió mi destino.
El regreso a casa
Seis meses después, volví a cruzar las puertas de la mansión de la que me habían expulsado. El aroma de las lilas que habíamos plantado aún persistía. En el armario, descubrí su suéter favorito, intacto, como si me esperara. Esta vez lloré, pero eran lágrimas de triunfo.
Nuevas batallas
La familia Rodríguez apeló, ahogándome en demandas y mentiras. Pero ya no era la misma. Periodistas, accionistas e incluso investigadores se unieron a mí. Demostramos fraude, lavado de activos y engaño.
El tribunal rechazó su apelación, Fernando fue destituido de sus cargos e Isabel huyó al extranjero. La dinastía que intentó destruirme se había derrumbado.
El verdadero legado
Finalmente, llevé a cabo los proyectos que David había imaginado: innovación, justicia para los empleados, expansión de la empresa. La corporación prosperó, y con ella, mi propia vida.
En el fondo, comprendí una verdad: había perdido a mi esposo, pero había ganado la fuerza de una mujer que se negó a rendirse.