Cuando la amante de mi esposo quedó embarazada, toda la familia de mi suegra me pidió que abandonara la casa. Yo simplemente sonreí y dije una sola frase… y las caras de los seis presentes se desmoronaron de inmediato.
—Hablé con un abogado esta mañana. Y me confirmó que, siendo yo la única propietaria… tengo el derecho legal de pedirle a quien me falta al respeto que se vaya de mi casa.
Doña Lidia parpadeó.
—N… no nos vas a correr… ¿verdad?
Incliné la cabeza.
—Ustedes me pidieron que me fuera de MI casa para que tu hijo viviera con su amante. ¿No sería más lógico que quien cometió adulterio sea quien se marche?
Don Ernesto se puso de pie.
—Marifer, no hagas esto. ¿Qué dirán los vecinos?
Me encogí de hombros.
—La verdad: que criaron a un hombre infiel y a una familia que lo solapa.
Ariana se aferró al brazo de Adrián.
—¡Dile que te quedas conmigo!
Pero él solo murmuró:
—Yo… no sé qué pensar…
Patético.
Abrí la puerta.
—Tienen cinco minutos para salir. Todos.
Y salieron.
Incluido Adrián.
Se quedó un segundo en el umbral, lloroso.
—Marifer… dime la verdad… ¿es mío el bebé?
Lo miré una última vez.
—Lo sabrás cuando llegue el momento. Pero seas o no el padre… ya perdiste el derecho de ser esposo.
Él rompió a llorar.
Y yo cerré la puerta suavemente.
Por primera vez en meses… la casa se sintió en paz.
Fui al balcón, toqué mi vientre todavía plano y susurré:
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