El sargento levantó la mirada hacia Alberto.
—¿Qué quiso decir exactamente con eso?

Alberto se quedó mudo. La contradicción era obvia.

Media hora después, los rescatistas informaron que habían encontrado el cuerpo sin vida de Doña Elena. A la vez, en la carretera cercana, una cámara de tráfico había captado parcialmente el coche detenido en el mirador a la hora estimada de la caída.

El sargento se acercó a Alberto.

—Necesita acompañarnos a declarar. Hay inconsistencias en su relato.

Bruno se sentó junto al agente, como si aprobaba la decisión. Cuando Alberto intentó acercarse al perro, este retrocedió, mostrando un gruñido bajo y doloroso, como si supiera exactamente lo que había hecho.

Horas después, en la comisaría, ante la presión de las pruebas y las preguntas, Alberto terminó derrumbándose. Confesó entre lágrimas, no por arrepentimiento, sino por miedo. Y fue precisamente Bruno quien, sin proponérselo, había desencadenado toda la cadena de sospechas.

El caso conmovió a la opinión pública. El perro fiel fue adoptado por la pareja de excursionistas, mientras el juicio avanzaba lentamente. Muchos se preguntaban cómo alguien podía llegar tan lejos por ambición.

Y tú, lector o lectora…