EL MILLONARIO QUE VOLVIÓ A CASA PARA SORPRENDER A SU ESPOSA… PERO ÉL FUE QUIEN TERMINÓ SORPRENDIDO
Solo un plato con arroz revuelto con café aguado y un pedazo de charal seco.
Las piernas de Damián temblaron. Su esposa, la mujer que siempre lo apoyó, comía como una criada en su propio hogar, mientras su familia se daba la gran vida.
—Lupita… —dijo con voz quebrada.
Ella lo vio, sorprendida.
—¿Da-Damián? ¿Qué haces aquí? —se levantó de inmediato, avergonzada—. No… no me veas así. Estoy toda sucia…
Él la abrazó de golpe, sin poder contener las lágrimas.
—Dios mío, amor… ¿qué te han hecho? ¿Por qué estás aquí?
Ella también lloró.
—Estoy bien, mi vida. Ya estás aquí, eso es lo importante.
—¡No! —se apartó para mirarla—. Explícame. Yo envío 500 mil pesos al mes para ti. Mamá y Celia me dijeron que estabas en spas, de compras… ¿Dónde está ese dinero?
Lupita bajó la cabeza.
—No tengo nada de eso. La tarjeta la tiene Celia. Tu mamá controla la comida. Me dan 100 pesos al día. Y… me dijeron que debía ayudar como empleada, porque “no aporto nada”. —susurró—. Y me amenazaron… que si te decía algo, lastimarían a mis padres en Michoacán. Dicen que Rodrigo “tiene contactos”.
El corazón de Damián se convirtió en fuego.
Su familia, a quienes sacó de la pobreza, se habían vuelto monstruos.
—Ven —dijo con firmeza—. Vamos adentro.
—No, Damián… estoy mal vestida. Tu mamá…
—¡No me importa! ¡Esta es tu casa!
La llevó hasta el salón principal. La música se cortó de golpe cuando entraron.
—¡Hijo! —exclamó Doña Pura—. ¿Por qué no avisaste? ¡Te hubiéramos ido a recoger!
—¡Hermano! —dijo Celia, escondiendo un bolso caro—. ¿Nos estás dando una sorpresa?
Damián los miró con ojos llenos de furia.
—Sí. Una sorpresa. La sorpresa de ver cómo tratan a mi esposa mientras ustedes se gastan mi dinero.
—¿De qué hablas? —respondió Doña Pura—. Lupita quiere estar así. Dice que está a dieta, por eso no come carnitas.
—¡Mentira! —rugió Damián—. ¡La encontré comiendo arroz con café en la cocina vieja! Celia, ¿dónde está la tarjeta que es para ella?
Celia tartamudeó.
—Yo… solo la estaba cuidando…
—¿Cuidando? ¿Así que por eso traes Gucci? ¿Y los coches nuevos? ¡Todo con MI dinero! ¡Dinero que debía ser para mi esposa!
Damián se volvió hacia todos.
—¡Fuera de mi casa! ¡Se acabó la fiesta!
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