El Secreto que Hizo Temblar al Multimillonario
Miró a Elara, quien lo observaba con lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas. Ya no era la mujer fuerte e impasible. Era una hermana desconsolada.
—¿Por qué no me lo dijiste? —logró preguntar Alexander, con la voz ronca por la conmoción.
—¿Para qué? —respondió ella, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. ¿Para que me dieras otro sobre de dinero y te sintieras mejor contigo mismo? ¿Para que compraras la libertad de mi hermano como compras todo, y así nuestra deuda contigo fuera aún mayor? Mi hermano es un hombre honesto. Prefirió la cárcel a manchar su nombre. Yo prefería limpiar tu casa a mendigar tu ayuda.
Esas palabras fueron el golpe más duro que Alexander había recibido en su vida. Su mundo de transacciones y compras se estrellaba contra un muro de principios que su dinero no podía fracturar. Por primera vez, no quería escribir un cheque. Quería hacer justicia.
—No vine a pedirte perdón —le dijo a Elara, quien lo observaba desde la puerta—, porque mis acciones no merecen perdón. Vine a decirte que tenías razón. Durante toda mi vida fui un niño asustado escondido en una fortaleza de dinero. Tú y tu hermano me enseñaron lo que realmente vale la pena. La lealtad, la honestidad… la dignidad.
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