En el momento en que finalicé el divorcio, le corté el paso. En su lujosa boda, una frase mía lo dejó paralizado.
Mientras yo trabajaba hasta altas horas de la noche arreglando contratos y manteniendo nuestra empresa a flote, Daniel financiaba una segunda vida: vuelos en primera clase, pendientes de diamantes, suites de hotel con vistas que nunca vi. Su amante no fue la peor traición. La precisión del robo sí lo fue.
Así que cuando mi abogado deslizó los documentos finalizados sobre el escritorio y dijo: “Eres libre”, no sentí alivio. Sentí claridad.
Llamé al banco desde el coche.
Tarjeta uno: cancelada.
Tarjeta dos: cancelada.
Hasta la quince.
Continua en la siguiente pagina