Encontré a mi prometido en la cama con mi mejor amigo. Sonrió con suficiencia y dijo: “¿Vas a llorar?”. Pensó que me había roto, y se equivocó.

Y lo bloqueé.

Esa noche, Daniel preparó la cena. Cenamos en el balcón, con las luces de la ciudad brillando abajo. «Te ves tranquilo», dijo.

—Sí, lo soy —respondí—. Por fin.

Él sonrió. “Entonces, dejémoslo así”.

Mientras la ciudad zumbaba bajo nuestros pies, comprendí que la venganza nunca fue la victoria. El verdadero triunfo fue recuperar mi libertad.

A veces, el cierre no llega con disculpas ni segundas oportunidades. Llega cuando dejas de necesitarlas.

Levanté mi copa hacia el horizonte. «Por la paz», murmuré.

Daniel también levantó la suya. «Por nuevos comienzos».

Y por primera vez, no parecía un final.

Me sentí como si la vida empezara de nuevo.

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