Era una tarde calurosa en el pueblo. Yo —Hanh— estaba agachado, recogiendo ramas secas para encender el fuego. En la puerta, mi hijo, un niño de diez años, me miraba con ojos inocentes.

“Durante diez años crié a mi hijo sin padre; todo el pueblo se burlaba de mí, hasta que un día llegaron coches de lujo a mi casa y el verdadero padre del niño hizo llorar a todos”.
Era una tarde calurosa en el pueblo. Yo, Hanh, estaba agachada, recogiendo ramas secas para encender el fuego.
En la puerta, mi hijo, un niño de diez años, me miraba con ojos inocentes.

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“Mamá, ¿por qué no tengo un padre como mis compañeros?”.
No pude responder. Durante diez años, no había encontrado las palabras para hacerlo.
Años de burla y humillación.
Cuando me quedé embarazada, comenzaron los murmullos en el pueblo:
“¡Dios mío! ¡Embarazada sin marido! ¡Qué vergüenza para su familia!”.
Apreté los dientes y lo soporté todo. Con mi vientre creciendo, trabajaba donde podía: arrancando malas hierbas, cosechando arroz, lavando platos en comedores sociales.
Algunos tiraban basura frente a mi casa, otros gritaban al verme pasar:
«El padre de la niña la habrá abandonado. ¿Quién querría cargar con semejante desgracia?».
No sabían que el hombre que amaba se llenó de alegría cuando le dije que estaba embarazada.
Me dijo que volvería para hablar con sus padres y pedirles su bendición para casarse conmigo. Le creí con todo mi corazón.
Pero al día siguiente, desapareció sin dejar rastro.
Desde entonces, esperé cada día: ni noticias, ni mensajes.
Pasaron los años y crié a mi hijo sola.
Hubo noches en que guardé rencor, noches en que lloré y recé para que su padre aún viviera… aunque me hubiera olvidado.
Diez años de lucha.
Para poder enviarlo a la escuela, trabajé sin descanso. Ahorré cada moneda, me tragué cada lágrima.
Cuando sus compañeros se burlaban de él por no tener padre, lo abrazaba y le susurraba:
«Tienes una madre, hijo. Y eso basta».
Pero las palabras de la gente eran como cuchillos que me lastimaban el corazón una y otra vez.
Por las noches, mientras él dormía, miraba la luz de la farola y recordaba al hombre que amaba: su sonrisa, sus ojos llenos de calidez, y lloraba en silencio.
El día que los autos de lujo se detuvieron frente a mi casa.
Una mañana lluviosa, estaba remendando la ropa de mi hijo cuando oí el rugido de varios motores.
Los vecinos salieron con curiosidad.
Frente a nuestra humilde casa, una fila de autos negros se detuvo: limpios, caros, como si vinieran de la ciudad.
La gente comenzó a murmurar… 

La lluvia que lo cambió todo

 

 

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