No los odiaba por eso. El odio consume energía que ya no quería gastar en el pasado. En cambio, me centré en el futuro: la educación de Minh, el trabajo de la fundación, la familia que nos había acogido como propios.
Y a veces, ya entrada la noche, miraba la foto de Thanh y le susurraba mi gratitud. Por amarme. Por desear a nuestro hijo. Por morir con alegría en el corazón en lugar de arrepentimiento. Por la década de sufrimiento que lo llevó a esta vida llena de propósito y significado.
“Gracias”, le diría a la imagen. “Gracias por no habernos abandonado nunca del todo. Por estar con nosotros en los ojos de Minh, en el amor de tus padres, en la vida que querías que tuviéramos. Gracias por cumplir tu promesa, aunque tardara diez años en llegar”.
La lluvia había cesado. La tormenta había pasado. Y finalmente, después de una década de oscuridad, nos encontrábamos bajo la luz.
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