Pero ya no era mi problema.
Dos meses después, el juez falló a mi favor.
Raúl se quedó sin nada:
ni mi dinero, ni mi casa, ni la vida cómoda que llevaba a mis costillas.
Yo, en cambio, me mudé a un departamento cerca del Parque Metropolitano de Guadalajara, conseguí un ascenso en mi trabajo y, por primera vez en años, dormí tranquila.
El día que firmé el divorcio, le mandé un último mensaje:
“Gracias por mostrarme quién eras.
Hoy empieza mi vida sin mentiras.”
Y cerré ese capítulo para siempre.
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