Había colocado una cámara oculta en mi habitación para obtener pruebas de que mi suegra revisaba mis cosas y se llevaba mi oro, pero nunca imaginé que tendría que presenciar la escena repugnante de lo que mi marido había estado haciendo a escondidas durante los últimos diez años…
Pero ya no era mi problema.
Dos meses después, el juez falló a mi favor.
Raúl se quedó sin nada:
ni mi dinero, ni mi casa, ni la vida cómoda que llevaba a mis costillas.
Yo, en cambio, me mudé a un departamento cerca del Parque Metropolitano de Guadalajara, conseguí un ascenso en mi trabajo y, por primera vez en años, dormí tranquila.
El día que firmé el divorcio, le mandé un último mensaje:
“Gracias por mostrarme quién eras.
Hoy empieza mi vida sin mentiras.”
Y cerré ese capítulo para siempre.
Continua en la siguiente pagina