La amante del marido fue a la casa de la pareja para exigir afeitarle la cabeza a la esposa embarazada…

“Acepto el plazo,” respondió Sofía. “10 minutos, ni uno más. Pero no iré por los papeles. Necesito hacer una llamada.”

Sofía entró a la casa, y la cámara del paparazzo la siguió, grabando cómo marcaba un número.

Cuando Sofía volvió al patio, no venía sola. Detrás de ella, caminaba Leticia, la abogada penalista más temida de Jalisco, conocida como “El Fiscal de Hierro”. Leticia llevaba un maletín de piel.

Sofía se paró frente a Karla y su séquito.

“Karla,” dijo Sofía, señalando a la abogada, “los 10 minutos se acabaron. Aquí está mi respuesta, y no es un divorcio.”

Sofía sacó un documento notariado y lo sostuvo.

“El bebé que llevo no es el de Fernando,” declaró, tranquila. “Es de un donante anónimo. Fernando y yo llevamos dos años separados legalmente. Él es estéril, y firmó un acuerdo para que yo tuviera un hijo sin él, a cambio de mantener mi estatus y mi parte de los negocios.”

Un murmullo de shock recorrió la multitud.

Karla se rió, histérica. “¡Mientes! ¡No me importa de quién sea el bastardo, el dinero es de mi Fernando!”

Leticia, la abogada, abrió el maletín.

“Karla Valdez,” declaró con voz autoritaria. “Su amante, Fernando, no tiene dinero. El 90% de sus bienes, incluyendo la casa que está mirando, fueron puestos a nombre de Sofía hace cinco años como ‘Fideicomiso de Protección Familiar’ debido a las deudas de juego de Fernando. Él es legalmente el administrador, pero Sofía es la única dueña. Fernando es un hombre en quiebra que usted está a punto de heredar.”

Karla palideció. Sus “madrinas” empezaron a alejarse disimuladamente.

Sofía tomó el celular que había estado grabando.

“Y ahora, el plato fuerte, Karla,” dijo, y puso play a un audio en altavoz.

La voz de Fernando, el esposo de Sofía, sonó para todo el barrio:

“Karla, eres mi boleto de salida, ¿entiendes? Esta noche que vas a hacer el show, vas a grabar a Sofía firmando. Pero necesito que la asustes mucho. Si se va, yo me quedo con el poco dinero que me quede, y me caso contigo para que te encargues de mi deuda. Eres perfecta, porque eres tan estúpida que ni cuenta te darás. Y el niño que esperas, ni es mío ni me interesa.“

El aire se cortó. El paparazzo ya no grababa a Sofía, sino a Karla, cuyo rostro se desfiguró por el horror.

“Esa grabación es de hace 20 minutos,” explicó Sofía, con una sonrisa fría. “Le dije a Fernando que vendrías, que le dieras un buen susto. Él pensó que yo estaba indefensa y que tú eras su mejor opción para pagar sus deudas.”

Sofía se acercó a la reja y miró a los ojos de Karla.

“Tú viniste a humillar a una embarazada con una máquina de afeitar. Yo te di la oportunidad de huir. Pero ahora, has cometido un delito, y has hecho una escena pública. Karla, tú no te quedarás con Fernando, y el bebé que tienes… no tiene padre ni dinero.”

Sofía hizo un gesto a la abogada. Leticia sacó de su maletín una carpeta azul: una orden de restricción inmediata y una demanda por daño moral y amenazas con intento de agresión física, presentada en el Ministerio Público de Jalisco.

Karla se derrumbó. Sus “madrinas” huyeron. El paparazzo apagó la cámara, sabiendo que la historia había cambiado de villana.

Sofía se dio la vuelta y entró a su casa. Cuando la abogada la seguía, Sofía se detuvo un momento en la entrada, mirando a Karla, que seguía en el suelo, con el megáfono y la máquina de afeitar.

“Guadalajara no es un pueblo, Karla. Es mi ciudad. Si vuelves a pisar mi calle, te costará más caro que todos tus lujos.”

El vecindario estalló en aplausos, algunos incluso gritando “¡Bravo, Reina!”. El mariachi en la radio de un auto cercano parecía una banda sonora de victoria.

Sofía sonrió. Había limpiado la basura de su vida, asegurado su futuro y dado una lección inolvidable. El final no fue solo un divorcio, fue un jaque mate total que destruyó el futuro de su esposo infiel y de su amante, sin que ella perdiera ni su dignidad ni su fortuna.

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