La hija de 8 años de un multimillonario fue declarada con muerte cerebral, toda la familia estuvo a punto de apagar el respirador, pero el hijo del jardinero hizo lo impensable.
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El doctor suspiró. “Hijo, eso es solo una interferencia eléctrica. Tienes que irte.”
“No es una interferencia”, insistió Leo, acercándose. El monitor cardíaco saltó ligeramente.
La tía de Sofía estalló. “¿Estás loco? ¡Deja de mentir y de darle falsas esperanzas a mi hermano! ¡Mi sobrina está muerta! ¡Muerta! ¡Muestra algo de respeto!”
Ricardo levantó la vista, con los ojos llenos de confusión y lágrimas. Quería creerle al chico, pero las palabras del médico lo aferraban como cadenas.
Mientras la mano del médico se cernía sobre el interruptor, el monitor cardíaco, silencioso momentos antes, emitió un pitido débil e inconfundible. El tiempo se detuvo. El médico, con la mano a centímetros del interruptor, estaba paralizado. La tía de Sofía dejó de respirar, aturdida, mientras Ricardo sintió una electrizante esperanza que casi lo derriba. VIP. Sonó un segundo pulso, luego un tercero, cada uno más fuerte que el anterior. La línea verde, antes una sentencia de muerte, ahora temblaba con frágiles picos. “Imposible”, susurró el médico, bajando la mano y colocando rápidamente el estetoscopio sobre el pecho de Sofía. Los segundos se hicieron eternos. Finalmente, abrió los ojos de par en par.
Tenía pulso. Débil, errático, pero ahí estaba. “¡Enfermera, rápido! ¡Preparen atropina!”, gritó. La habitación estalló en una actividad frenética. Ricardo cayó de rodillas, sollozando de alivio, sacudiéndolo todo. Miró a Leo, que ya no estaba junto a la cama, con lágrimas en las mejillas.
En ese momento, el niño ya no era el hijo de un jardinero; era un ángel. La tía, sin embargo, hervía de furia, su rostro era una máscara de fría furia. Su herencia, su control, se desvanecían con cada nuevo pitido. Miró a Leo con furia, pero él solo tenía ojos para Sofía.
Él tomó su mano inerte en medio del caos. “Te lo dije”, susurró con la voz entrecortada, “los amigos no se rinden. Tienes que volver. Todavía tenemos que nadar”. El equipo médico trabajó incansablemente durante la siguiente hora, estabilizando su ritmo cardíaco y presión arterial.
No estaba despierta, seguía en coma, pero ya no estaba muerta. Más tarde, el médico se acercó…
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