La mañana en que descubrí un “cachorro” que era algo realmente inesperado

Willow saltó hacia mí con seguridad y me dio un empujoncito en la mano, como si aún recordara la calidez de la bufanda que una vez la abrigó.

Al salir del centro ese día, me conmovió cómo un simple momento había desencadenado una reacción en cadena de compasión. La supervivencia de Willow no se debió a una sola persona, sino a muchas: los tiernos instintos de una perra, un transeúnte dispuesto a detenerse y un dedicado equipo de rescatistas decidido a ayudarla a salir adelante.

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Hoy, Willow vive una vida cómoda y feliz, y a menudo aparece en las fotos del centro metida en canastas, comiendo verduras frescas o saltando con gracia en su recinto.

Su viaje es un poderoso recordatorio de que las historias extraordinarias pueden comenzar con pequeños y silenciosos actos de bondad en una mañana cualquiera.

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