«La suegra rapó sin piedad a la novia el mismo día de la boda y la expulsó a un monasterio, pero lo que ella hizo en los 10 días siguientes dejó al hijo de la mujer completamente fuera de sí.»

Javier golpeó la pared, casi fuera de sí:

—¡Mariana! ¡Regresa ahora mismo!

Pero ella se dio la vuelta, dejando una última frase:

—Si querías conservarme…
habrías tenido que enfrentarte a tu madre.

Tú elegiste callar.

Esa misma tarde, Doña Rosa llegó al estudio, llorando, las manos juntas.

—Mariana… hija… yo… yo fallé…
Regresa a casa, te lo suplico… No abandones a Javier…

Mariana la miró largo rato.
Y respondió, suave pero letal:

—No he abandonado a nadie.
Solo elegí mi propio camino.

Doña Rosa rompió en llanto, por primera vez realmente asustada de la fuerza de la mujer que había humillado.

¿Y Mariana?

Se quedó en medio de su estudio nuevo —un espacio que nadie podría arrebatarle jamás.

Ese día Mariana entendió algo:

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