Llegué sin avisar a casa de mi hermana Elena un viernes por la noche. Había conducido desde Valencia tras recibir un mensaje inquietante de una vecina:
“Algo no va bien. Por favor, venga en cuanto pueda”.
Cuando toqué el timbre, no hubo respuesta. La puerta estaba entreabierta, así que la empujé hacia adentro y me quedé sin aliento.
Elena dormía en el felpudo.
Hacinada con ropa gastada y rota. El pelo enmarañado. Las manos sucias. Parecía irreconocible. Era mi hermana, la brillante arquitecta que una vez abandonó su carrera por amor.
Desde dentro de la casa, oí risas y música a todo volumen. Un hombre salió al pasillo. Daniel. Su marido.
Sin siquiera mirarme, se limpió los zapatos en la espalda de Elena como si fuera una alfombra y le dijo con naturalidad a la mujer rubia que estaba detrás de él, vestida de rojo:
“No te preocupes, cariño. Solo es nuestra criada loca”.
La mujer se rió.
No grité. No lloré.
Di un paso al frente.
La habitación se quedó en silencio.
Me reconocieron al instante. El rostro de Daniel palideció. La sonrisa de la mujer se desvaneció. Elena se movió, despertando con un suave gemido.
“Buenas noches”, dije con calma. “Daniel, ¿correcto?”
Tragó saliva. “¿Quién… quién eres?”
“Me llamo Clara Moreno”, respondí. “La hermana mayor de Elena. Y la abogada que revisó el contrato de compraventa de esta casa”.
Levanté mi teléfono, mostrando un documento. Daniel apretó la mandíbula. La mujer retrocedió. Elena me miró como si fuera un fantasma.
“Esta casa no es tuya”, continué con calma. “Pertenece a una empresa a la que represento. La misma empresa que financió tu negocio fallido cuando nadie más lo hizo, con una condición clara: que mi hermana fuera tratada con dignidad”.
Daniel intentó restarle importancia. “Exageras. Elena es inestable. La estoy cuidando”.
“¿Cuidarla?”, pregunté, arrodillándome para cubrirla con mi abrigo. “¿A esto le llamas cuidar?”
La mujer de rojo susurró nerviosa:
“Daniel… dijiste que todo estaba bajo control”.
Los miré a ambos.
“Nada está bajo control. Esta noche, todo empieza a desmoronarse”.
Dejé una carpeta sellada sobre la mesa.
Notificaciones de desahucio. Reparto de bienes. Una denuncia por maltrato económico y psicológico.
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