Lleva a su amante a un hotel de 5 estrellas, pero se sorprende cuando su esposa entra como la NUEVA propietaria.

Los suelos de mármol del Hotel Belmont Reforma brillaban bajo las lámparas de araña de cristal mientras Tomás Briones le extendía su tarjeta de crédito a la recepcionista.

A sus 38 años, seguía llamando la atención: traje a medida, sonrisa segura, reloj caro. La mujer que iba de su brazo parecía encantada con todo.

“Este lugar es increíble”, susurró Nadia, ajustándose el vestido color vino que captaba cada destello de luz. “No puedo creer que nos estemos quedando aquí”.

“Le prometí lo mejor”, respondió Tomás, apretándole la mano. “Nada menos que lo mejor para usted”.

La recepcionista, con su blazer verde botella y una sonrisa perfectamente practicada, tecleó algo en la computadora.

“Bienvenido al Belmont Reforma, Sr. Briones. Es un placer tenerlo con nosotros esta noche”.
Tomás apenas la miró. Estaba demasiado ocupado disfrutando de la expresión de sorpresa de Nadia y pensando en lo que sucedería después.

Su esposa, Jimena, creía que estaba en Monterrey, en una conferencia de negocios. Como siempre, le había enviado fotos de “salas de reuniones” que en realidad eran restaurantes.

Después de doce años de matrimonio, Jimena confiaba ciegamente en él. Esa confianza le había facilitado demasiado su doble vida.

“Su habitación está lista”, continuó la recepcionista, pasando su tarjeta por el mostrador. “Solo tengo que decirle algo: esta noche la nueva dueña recibirá personalmente a los huéspedes. Es su primera semana al frente del hotel y le gusta darles la bienvenida con esmero”.

“¿Nueva dueña?” Tomás frunció el ceño, apenas interesado.

“Sí, señor. El hotel cambió de dueño hace tres días. Ha sido muy emocionante para nosotros. Debería llegar en cualquier momento”.

Tomás tomó la tarjeta con impaciencia. Nadia ya lo estaba llevando discretamente hacia los ascensores.

Entonces, una sola palabra lo dejó paralizado.

“Tomás”.

Su nombre. Hablaba con una voz que conocía mejor que la suya.

Se giró lentamente, sintiendo un nudo en el estómago.

A unos diez pasos, de pie bajo la luz del vestíbulo, estaba su esposa.

Jimena llevaba un traje azul marino con el que nunca la había visto, elegantes tacones y el pelo oscuro recogido en un moño perfecto. No era la mujer con vaqueros y delantal que lo recibió en casa. Su rostro tenía la expresión serena y firme de alguien acostumbrado a mandar.

“Ji… Jimena”, balbuceó. “¿Qué haces aquí?”

Caminó hacia él con calma, sin prisas, como quien llega puntual a una cita.

“Soy la dueña de este hotel”, respondió. “Desde el lunes por la mañana. ¿No te dije que estaba haciendo unas inversiones?”

La mano de Nadia se aflojó en su brazo. Lo miró a él, luego a Jimena, con creciente horror.

“¿Es tu esposa?” —susurró.

“Sí”, respondió Jimena, antes de que Tomás pudiera abrir la boca. “Soy la señora Briones. Y tú debes ser Nadia Pérez, ¿verdad? La coordinadora de marketing de la empresa de Tomás”.

Nadia palideció.

“¿Cómo… cómo sabe mi nombre?”
“Sé muchas cosas”, dijo Jimena, con una sonrisa educada y una mirada dura. “Por ejemplo, sé que no es la primera vez que vienes a un hotel con mi esposo. El Mesón del Río el mes pasado, el Continental hace dos meses. ¿Sigo?”

Tomás sintió que el vestíbulo se inclinaba bajo sus pies.

“Jimena, esto no es lo que parece…”

“Ah, ¿verdad?”, interrumpió. “Porque parece que trajiste a tu amante a un hotel de lujo usando la tarjeta vinculada a nuestra cuenta conjunta. La misma cuenta que he estado revisando durante seis meses”.

“Sé muchas cosas”. La recepcionista se quedó paralizada, sin saber si agacharse o desaparecer. A un lado, en la puerta de una oficina, otra mujer con traje oscuro observaba la escena con los brazos cruzados, la expresión de quien hubiera ensayado este momento.

“¿Me has estado espiando?”, exclamó Tomás, intentando recuperar el control.

“¿Espiando?”, Jimena soltó una risita sin humor. “Tomás, ni siquiera fuiste creativo. ‘Trasnochadas en la oficina’ que tu asistente no pudo confirmar. ‘Conferencias’ de fin de semana que tu jefe nunca mencionó. Cargos del hotel en la tarjeta de crédito compartida. No necesitaba espiarte. Solo tenía que prestar atención”.

 

 

 

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