Madre e hijos gemelos MUEREN el mismo día, pero en el ENTIERRO, ¡un DETALLE CONMOCIONA A TODOS!

Aunque al principio Fabiana temía ser expuesta, pronto comprendió que esta visibilidad no las perjudicaba, sino que ayudaba a otras. Recibía mensajes de mujeres de todo el país, algunas atrapadas en relaciones peligrosas, otras que simplemente necesitaban saber que no estaban solas. Fabiana respondió a cada una con cariño.

No podía resolver sus vidas, pero sí ofrecerles algo que alguna vez les había faltado: una voz que dijera: «Te creo». Y así, sin planearlo, su historia siguió multiplicándose, como un eco de amor y resiliencia que se negaba a desvanecerse. Finalmente, Fabiana decidió publicar un libro. No lo escribió sola; fue un proyecto familiar.

Ella escribió los capítulos centrales. Andrés ayudó con la edición. Violeta contribuyó con historias de su juventud y su estrategia silenciosa. Y los niños ilustraron algunas páginas con dibujos simbólicos. El título era sencillo, pero lleno de significado: Bajo tierra, sobrevivimos.

No era una historia de terror, sino una historia de redención. Contaba cómo una madre y sus hijos lograron escapar no solo de un ataúd, sino también del silencio, el miedo y una vida marcada por la traición. El libro tuvo una gran acogida, especialmente en entornos educativos y de salud mental. Se convirtió en una herramienta de diálogo en grupos de terapia y talleres de empoderamiento.

Fabiana recibió invitaciones a entrevistas y paneles, pero solo aceptó unas pocas. No buscaba fama. Solo quería que su experiencia sirviera de guía para quienes caminaban en la oscuridad. En cada ejemplar que firmaba, escribía la misma dedicatoria: «Nunca subestimes la fuerza de una madre, ni la tuya ni la de nadie más».

Violeta, sosteniendo el primer ejemplar impreso, se conmovió hasta las lágrimas. «Nunca pensé que algo tan feo pudiera convertirse en esto», dijo, acariciando la portada con manos temblorosas. «Tú lo hiciste posible, mamá», respondió Fabiana, abrazándola. Ese momento fue fotografiado por Andrés, y la imagen quedó impresa en la última página del libro como epílogo visual: tres generaciones unidas por algo más fuerte que el miedo.

Matías y Mateo, al ver el libro en una librería por primera vez, lo señalaron con entusiasmo. «Es nuestro», dijeron con orgullo, no por lo morboso de la historia, sino por el viaje que representaba. Desde ese día, cada vez que alguien nuevo se acercaba a Fabiana para agradecerle su valentía, ella recordaba todo lo que habían enterrado literal y emocionalmente, y sonreía porque ya no dolía igual, porque cada herida cicatrizada era ahora una página más de una historia que nunca debió comenzar con una traición, pero que encontró su

Redención en la fuerza inquebrantable del amor. A pesar de todo lo que habían construido, Fabiana sabía que las heridas profundas nunca desaparecen del todo. Algunas noches aún se despertaba sobresaltada por el eco de la tapa del ataúd al golpearle la cara. En esos momentos, Andrés se sentaba a su lado, le tomaba la mano y le recordaba: «Estás aquí, se acabó». Esa simple frase era su ancla.

No necesitaba explicaciones ni consuelos elaborados, solo saber que no estaba sola. Las gemelas también tenían sus sombras. A veces, durante las tormentas o cuando algo les recordaba aquella vieja casa, buscaban la presencia de su madre o abuela para sentirse seguras. Pero ya no lo hacían con pánico, sino con una madurez sorprendente.

“No tengo miedo, solo quiero estar cerca”, dijeron. Fabiana vio en ellos una fuerza infalible. No eran niños rescatados; eran niños que habían luchado y elegido vivir con la luz. Eso fue lo que más la conmovió: que su historia no se tratara de lo que les hicieron, sino de lo que decidieron hacer con ello. Un día, mientras organizaba la biblioteca comunitaria surgida del anterior proyecto cápsula, Matías encontró un libro viejo, sin título, lleno de páginas en blanco.

Se lo llevó a su madre y le dijo: “¿Podemos escribir otra historia? Una que empiece con nosotros y no con Moisés”. Fabiana se quedó sin palabras por un momento, luego lo abrazó fuerte y dijo: “Claro, esa es la historia que más quiero contar”. Así comenzó un nuevo proyecto familiar, un libro de aventuras inventadas, donde los protagonistas eran niños que resolvían misterios, escapaban de monstruos simbólicos y salvaban el mundo con creatividad.

 

 

 

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