“HÉLOISE”, dijo Daniel con voz serena, “es suya”.
Asintió en mi dirección.
La copa de champán de Victoria se le resbaló de las manos y se hizo añicos en el suelo. Se puso pálida, apenas con los labios formando las palabras:
“¿Tú… eres la dueña de HÉLOISE?”
“Yo la construí”, dije con suavidad. “Cada puntada. Cada campaña. Cada trabajo del que presumes”.
La sala se quedó en silencio. Los familiares miraban fijamente, los susurros se extendían como la pólvora. Incluso mi madre rondaba nerviosa, sin saber de qué lado ponerse.
Victoria se acercó más, con la voz temblorosa. “Planeaste esto. Esperaste para humillarme”.
“No”, respondí. “Te humillaste a ti misma. Simplemente dejé de protegerte”.
Continua en la siguiente pagina