Mi hija no me quiere en su boda porque soy un campesino… Pero le enseñé una gran lección.

 

 

“Solo quería traerte esto, hija”, respondió Citlali en voz baja.

Confundido, Omar les dio la bienvenida. Marina les extendió la mano con gracia.
“Un placer conocerte. Soy la madre de Emily; acabo de regresar de Europa”.

Citlali dudó, pero sonrió. “El placer es mío”.

Cuando Emily apartó a su madre, Citlali susurró: “No puedo creer que me hayas negado así. Te lo di todo”.

“Ya no formas parte de mi vida”, dijo Emily, dándose la vuelta.

Durante la cena, Omar habló pensativo.

“Hoy conocí a una mujer en la tintorería”, dijo. “Me dijo que su hija se avergonzaba de ella por el color de su piel. No puedo imaginar ese dolor”.

Emily se quedó paralizada. Marina bajó la mirada, con la culpa reflejada en sus ojos.

Días después, Emily recibió una carta.

“Mi querida hija, recuerdo cuando querías que nos vistiéramos igual. Ahora me duele saber que te avergüenzas de mí. Algún día entenderás que no hay amor más profundo que el de una madre.”

El día de la boda, Citlali llegó en silencio, vestida con sencillez.

“No vine a causar problemas”, dijo con calma. “Vine a recordarte quién eres.”

“No tienes cabida en la vida que estoy construyendo”, respondió Emily con frialdad.

“Quizás no”, dijo su madre. “Pero soy tu madre. Y si me rechazas, también debo dejarte ir.”

Le puso una carta en la mano a Emily y se fue.

Durante la ceremonia, el sacerdote sonrió.

“Emily, ¿aceptas a Omar como esposo?”
“Sí”, dijo con voz temblorosa.
“¿Y tú, Omar?”
Él dudó. “No.”

La sala quedó en silencio.

“No puedo casarme con alguien que rechaza sus raíces”, dijo con tristeza. “Lo siento”.

Marina dio un paso al frente. “Es verdad. No soy su madre. Me contrataron para fingir”.

Emily se desplomó de rodillas, con lágrimas derramadas mientras su mundo se desmoronaba.

Semanas después, regresó a la tintorería.

“Mamá”, murmuró, “lo perdí todo. Me equivoqué. Por favor, perdóname”.

Citlali la abrazó con ternura. “Siempre te querré, hija. Pero ahora debes recuperar mi respeto”.

Pasó el tiempo. Madre e hija volvieron a trabajar juntas. Emily ayudaba a doblar la ropa, sonriendo sin vergüenza.

“Te ves preciosa con ese vestido”, dijo Citlali.

Emily sonrió entre lágrimas.

“Ahora entiendo que nada vale más que el amor y la dignidad. Una hija sin su madre es como un árbol sin raíces. Y no quiero marchitarme de nuevo”.

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