Mi hijo me dijo: “Mama no vendrás al viaje. Mi esposa prefiere que sea solo para la familia”…
Entendido. Tráeme todos los documentos el lunes a primera hora. Si todo está en orden, como dices, podemos proceder de inmediato. Nadie puede ocupar una propiedad que no es suya sin tu consentimiento. Nadie puede quedarse con algo que nunca se les cedió legalmente. Y si tú como dueña absoluta decides vender, puedes hacerlo sin pedir permiso a nadie, porque la casa es tuya. Punto final. Colgué el teléfono y por primera vez en años me sentí poderosa, no vengativa, sino empoderada.
Esa noche dormí profundamente sin pastillas ni té relajante. Solo con la paz que da saber que finalmente vas a hacer lo correcto para ti misma. Aunque duela, aunque otros te juzguen, aunque te llamen egoísta o cruel. Ellos quisieron exclusividad. Pues bien, la iban a tener exclusividad de su propia medicina. Roberto me había eliminado de su lista de familia P. Perfecto. Pero él olvidó que yo tenía en mis manos algo mucho más sólido que el amor. Tenía papeles firmados ante notario.
Y eso, mi querido hijo, no se borra con un mensaje de texto, ni se anula con una sonrisa falsa. Lo primero que hice el lunes por la mañana fue presentarme en el despacho de Fernando con mi carpeta azul bajo el brazo como si fuera un tesoro. Llegué media hora antes de la cita porque la ansiedad no me dejaba quedarme quieta en casa. Fernando revisó cada documento con esa meticulosidad de abogado experimentado que ha visto de todo. Pasó las hojas lentamente asintiendo de vez en cuando y tomando notas en su libreta de piel.
Después de 30 minutos largos que a mí me parecieron horas, levantó la vista y me miró con una mezcla de profesionalismo y algo que parecía admiración. Patricia, esto está limpio, como una patena. La escritura es tuya sin ninguna carga ni gravamen. No hay ningún documento firmado que ceda derechos a terceros. No existe contrato de donación ni promesa de venta legalmente hablando, esa casa es tuya y puedes hacer con ella lo que te venga en gana. Sentí un alivio tan grande que las piernas casi no me sostenían.
Entonces, ¿puedo venderla?, pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Puedes venderla mañana mismo si encuentras comprador, me respondió con seguridad. Ni siquiera tienes que avisarles con anticipación porque ellos no tienen ningún derecho legal sobre la propiedad. Son ocupantes que tú permitiste por voluntad propia, pero esa voluntad puede revocarse en cualquier momento. Eso sí, te recomiendo hacerlo todo por la vía correcta. Nada de cambiar ser. Radura sin aviso previo ni sacar sus cosas a la calle. Hay que seguir el proceso legal de desalojo si fuera necesario, aunque espero que no lleguemos a eso.
Pero para vender no necesitas su firma ni su aprobación, solo tu voluntad como única dueña. Salí de ahí caminando en las nubes. Esa misma tarde hice algo que jamás pensé que haría. Llamé a una agente inmobiliaria, pero no a cualquiera, sino a Marcela, una mujer discreta y profesional que se especializa en ventas rápidas y confidenciales. Le expliqué mi situación sin entrar en demasiados detalles emocionales, solo los hechos concretos. Tengo una casa que quiero vender rápido. Está en excelente estado porque yo misma me encargué de todas las reparaciones y mantenimiento.
Necesito un comprador serio que pague en efectivo y que pueda cerrar el trato en menos de tres semanas. Marcela no hizo preguntas incómodas, solo tomó nota de todo y me dijo con esa eficiencia que caracteriza a la gente exitosa. Déjamelo a mí, Patricia. Tengo varios clientes buscando exactamente ese tipo de propiedad. Te llamo en 48 horas con noticias. Y cumplió su palabra. Dos días después, mi teléfono sonó a las 10 de la mañana. Patricia, tengo una oferta y te va a gustar.
Una pareja joven de profesionistas que acaban de mudarse a la ciudad por trabajo. Quieren algo listo para habitar. Pagan en efectivo, sin crédito, de por medio. Ofrecen el precio completo que pediste sin regateos. Y lo mejor de todo, pueden cerrar la operación el 30 de septiembre. Casualmente, el mismo día que Roberto y Valeria regresan del crucero, la sincronía era tan perfect que parecía diseñada por el universo. Acepté sin pensarlo dos veces. Marcela, adelante con todo. Prepara los papeles y avísame qué necesitas de mi parte.
Esa noche me permití una pequeña celebración privada. Me serví una copa de vino tinto de la botella que tenía guardada desde hacía años, esperando una ocasión especial. Brindé conmigo misma frente al espejo del baño y me dije en voz alta, Patricia Morales, esto es por ti, por tu dignidad, por todos los años que te dejaste pisotear pensando que eso era amor. La casa ya tenía nuevo dueño, aunque los actuales ocupantes no lo sabían todavía. Las llaves cambiarían de manos el mismo día que ellos pusieran un pie en tierra firme.
Después de sus vacaciones pagadas indirectamente por mí, sonreí, no con malicia, sino con algo mucho mejor, con justicia. Ellos se llevaron el crucero, las fotos, el spa, los masajes y la exclusividad. Pero yo me llevaba algo infinitamente más valioso. Me llevaba mi libertad, mi autoestima y la casa que construí con mi propio esfuerzo. Al cuarto día del crucero, cuando ya habían pasado casi la mitad del viaje, recibí un mensaje de voz en mi teléfono. No fue una llamada directa ni una videollamada para poder verme a los ojos y pedirme perdón como hubiera correspondido.
Fue un simple mensaje de audio de esos que uno graba mientras hace otra cosa sin darle mucha importancia. Mamá, hola. Espero que estés bien. Mira, Valeria ha estado un poco estresada con todo. Ella solo quería que este viaje fuera especial para nosotros como pareja y como familia nuclear. Ya sabes, pero igual te queremos mucho y cuando regresemos hablamos bien. N de todo está bien. Un beso. Cuídate. Reproducí ese mensaje tres veces tratando de encontrar algo genuino en sus palabras, pero solo encontré excusas baratas y manipulación emocional envuelta en un tono casual.
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