Solo por comerse un pedazo del pollo de nuestro nieto, mi hijo y su esposa nos encerraron a mi esposo y a mí en el almacén del sótano del garage.


“Si hoy nos encerraron aquí… tal vez el destino nos da la oportunidad de decir la verdad antes de que sea demasiado tarde.”

Carmen miró a su hijo ingrato y recordó todos los años en que lo había cargado y cuidado. Una mezcla de dolor, rabia, pero también una chispa de esperanza que nunca antes había sentido se encendió dentro de ella.

Un hijo perdido.
Un hijo perdido en la vida.
Un hijo traicionero.

Y frente a ella, el hombre con quien había compartido décadas lloraba como un niño.

Carmen apretó su mano. Por primera vez, estaba a punto de hacer una pregunta que también le aterraba:
“¿Dónde… dónde estará nuestro hijo, si aún vive?”

Don Ricardo miró a Carmen, con los ojos rojos:
“Tengo una dirección. Es la única pista que nos queda…”

En ese momento, se oyó el “clic” de la cerradura.
Alguien estaba abriendo el almacén.

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