UN ENFERMERO FUE CONTRATADO PARA CUIDAR A UN ANCIANO DE 87 AÑOS, Y NOTÓ QUE TODAS LAS MAÑANAS…

Un enfermero fue contratado para cuidar a un anciano de 87 años y notó que todas las mañanas despertaba con nuevas quemaduras. Sospechando, decidió esconderse dentro del armario para observar durante la noche y no pudo creer lo que vio. Diego ajustó la correa de la mochila en su hombro derecho mientras observaba la imponente mansión frente a él con sus ventanas altas y paredes que parecían guardar secretos de décadas. La puerta de hierro forjado crujió cuando la empujó, haciendo eco con un sonido que lo hizo dudar por un instante antes de caminar por la alameda de piedras hasta la entrada principal.

Sus manos callosas por años cuidando pacientes, temblaron levemente cuando tocó el timbre dorado que brillaba bajo el sol de la tarde. El viento susurraba entre los árboles del jardín meticulosamente cuidado, creando una melodía melancólica que contrastaba con la grandiosidad de la propiedad. “Espero que este trabajo sea diferente de los otros”, pensó respirando profundo para calmar los nervios. “Necesito mucho que funcione esta vez. La puerta maciza se abrió revelando a un hombre alto de aproximadamente 45 años, vistiendo un traje oscuro impecable que contrastaba con su expresión fría y calculadora.

Su cabello canoso estaba perfectamente peinado hacia atrás y sus ojos castaños oscuros parecían evaluar a Diego de arriba a abajo como si estuviera examinando un producto en una tienda. El silencio se extendió por largos segundos antes de que el hombre finalmente hablara. Su voz cortante haciendo eco en el vestíbulo de la mansión. Había una rigidez militar en su postura, como si cada movimiento fuera calculado para demostrar autoridad y control absoluto. “Usted debe ser Diego”, dijo sin mostrar ninguna señal de cordialidad o bienvenida.

Soy Ricardo y espero que entienda la seriedad de esta posición desde el primer momento. Diego extendió su mano derecha en un saludo respetuoso, pero Ricardo solo miró el gesto sin corresponderlo, dejando al enfermero con la mano extendida en el aire por algunos segundos incómodos antes de bajarla nuevamente. La entrada de la mansión era amplia y lujosa, con una lámpara de cristal que colgaba del techo alto y escaleras de mármol que subían en curvas elegantes, pero había algo en la atmósfera que hacía que Diego sintiera una opresión en el pecho.

El aire parecía pesado, cargado de una tensión que no podía identificar completamente, como si las propias paredes mantuvieran secretos que no deberían ser revelados. Los cuadros en las paredes mostraban retratos familiares de épocas pasadas, pero Diego notó que no había fotografías recientes, como si la felicidad hubiera dejado de documentarse en algún momento de la historia de aquella casa. “Señor Ricardo, es un placer conocerlo”, dijo Diego, manteniendo su voz firme y profesional. “Estoy aquí para cuidar de su padre con toda la dedicación que merece.” Ricardo caminó hacia el centro del vestíbulo, sus pasos resonando en el

 

 

 

 

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