Un millonario afligido visitaba las tumbas de sus hijas todos los sábados, hasta que una niña pobre señaló las lápidas y susurró: “Señor… viven en mi calle”.

Esperanza, después de todo
Años después, en una tranquila tarde de sábado, Michael vio a Ava y Lily chapotear en la piscina del patio trasero, riendo, vivas, completas.

Se dio cuenta de que ya no recordaba el cementerio como antes.
Los lirios, las lápidas de mármol, el silencio… parecían recuerdos de otra vida.

Su

Las hijas no estaban en la tierra.
Estaban aquí.
Respirando.
Creciendo.
Sanando.

Y él también.

Michael volvió a entrar, abrió un cajón y sacó el último recuerdo de aquella antigua vida: el recibo de los lirios que solía traer cada semana.

Lo rompió en pedazos y los dejó caer como cenizas.

Ese capítulo finalmente estaba cerrado.

Lo que vendría después pertenecía a los vivos.

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