Un multimillonario árabe decidió ridiculizar a una camarera embarazada… solo para enfrentar una consecuencia inesperada momentos después.

Solo con fines ilustrativos:
— «La han llamado a la mesa doce. Es Said al-Mahmoud. Quiere al mejor camarero».

Safiya se quedó paralizada. El nombre de Said era conocido por todos: rico, poderoso y cruel.

“Preguntó por ti”, dijo el gerente con firmeza. “No discutas. No podemos perderlo”.

Cuando Safiya se acercó, sintió su mirada fija en ella: fría, desdeñosa, como si no fuera más que polvo en el aire.

“Pedí un camarero con experiencia, no una mujer que estuviera dando a luz”, murmuró.

“¿Qué es este lugar? ¿Un restaurante o una sala de maternidad?”

Le temblaban las manos, pero su voz permanecía en silencio. Una palabra en falso y podría perder su trabajo, y con él, su único techo, su médico, su oportunidad de un parto seguro.

“Trae el vino. Y no lo derrames. No quiero respirar tus hormonas”, añadió con una mueca de desprecio.

Se dio la vuelta para irse.
“Espera”, susurró el gerente. “Hay periodistas aquí esta noche. No se irá sin más si se pasa de la raya”.

“No quiero venganza”, murmuró Safiya.
“Solo quiero paz y dar a luz sin problemas. ¿Por qué se cree con derecho a humillar a los demás?”“Mírate”, rió Said con sorna. “Ni siquiera sabes sostener una bandeja. ¿Por qué estás aquí? Una mujer embarazada fuera del matrimonio… qué vergüenza. ¿Y te atreves a mostrar la cara?”

Cuando Mahmud cumplió siete años, Safiya tomó una decisión.

“Abriré mi propio café”, dijo.
“Pequeño, pero mío. Un lugar para mujeres como yo, solas, olvidadas, embarazadas, sin dónde ir”.

Un día, un desconocido entró en el café.
Se sentó junto a la ventana, mirando hacia afuera un buen rato antes de cruzarse con su mirada.

—“¿Tú… eres esa mujer?”

“¿Cuál exactamente?”, preguntó con dulzura.

—“La que se enfrentó a Said al-Mahmoud. Estuve en ese restaurante. Y me avergüenzo de haberme quedado callada”.

Safiya sonrió con dulzura.

 

 

 

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