Mi suegra llamó “basura” a la caja de recuerdos de mi difunto hijo; lo que revelé después dejó a toda la familia sin palabras.

Dos años después de perder a mi pequeño, lo único que me quedaba de él estaba guardado en un baúl de cedro que atesoraba. Cuando mi suegra lo tiró a la basura, llamando a sus pertenencias “basura”, me prometí que se arrepentiría. Y lo hice… delante de toda la familia.

Me llamo Rebecca, aunque todos me dicen Becky. Tengo 30 años y, hace dos años, mi mundo se derrumbó cuando murió mi hijo Caleb. Tenía solo cinco años: el niño más dulce y cariñoso que uno pueda imaginar.

Solo a modo de ejemplo.

Fue un accidente repentino y sin sentido, del que todavía no puedo hablar sin derrumbarme. En un instante estaba riendo, jugando con burbujas en el jardín, y al siguiente yo gritaba por teléfono pidiendo una ambulancia.

Ese día, una parte de mí también murió.

La terapeuta dice que “funciono bien”, pero eso es un eufemismo para decir que “apenas me mantengo en pie”. Trabajo, pago las facturas y dejo pasar los días, pero todo se siente vacío, como si viviera tras un cristal.

Lo único que aún me une a él es el pequeño baúl de cedro en nuestra habitación, lleno de los tesoros de Caleb: su sudadera con capucha de dinosaurio con pequeñas púas de fieltro en la espalda, las zapatillas que nunca aprendió a atarse bien, los dibujos a lápiz de «nuestra familia como superhéroes» donde se dibujaba alas, y la pulsera de plata que perteneció a mi abuela.

 

 

 

 

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