Estaba tan delicada que era difícil saber si respiraba. Instintivamente, la envolví en mi bufanda y me apresuré a volver a casa. La metí en una caja de zapatos bajo una lámpara cálida antes de llevarla directamente al centro de rescate de vida silvestre más cercano.
El personal se reunió a su alrededor, perplejo, intentando averiguar de qué especie podría ser. Tras consultar con especialistas, descubrieron algo inesperado: no era una cachorrita, sino una coneja doméstica recién nacida de tan solo unos días.
Sin nidos de conejos, dueños de mascotas ni criadores conocidos en la zona, nadie podía explicar cómo una cría tan vulnerable había acabado sola.
El misterio se acentuó cuando una pareja contactó con el centro diciendo que su golden retriever había recogido algo diminuto esa mañana e intentó llevárselo.
Habían asumido que era un juguete viejo y no se habían dado cuenta de que había descubierto el mismo animalito que yo encontré más tarde.
En cierto modo, dos actos de bondad —uno de un perro y otro de un desconocido— le habían dado a esta cría de conejo una oportunidad que de otro modo nunca habría tenido.
El centro la llamó Willow y, desde su llegada, necesitó cuidados intensivos y constantes. El personal la alimentó con fórmula especial, le controló la temperatura y la mantuvo en una incubadora para imitar el calor de su madre desaparecida.
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Lentamente, pero con seguridad, Willow comenzó a fortalecerse.
Durante las siguientes semanas, vimos cómo Willow cambiaba drásticamente. Su piel se engrosó, comenzó a aparecer un suave pelaje y, finalmente, abrió los ojos, revelando unos impresionantes ojos azul grisáceos llenos de curiosidad.
Mientras el centro de rescate compartía su progreso en línea, personas de la comunidad, y de muchos otros lugares, siguieron su recuperación con alegría. Willow se convirtió en un símbolo de esperanza, recordándonos a todos que incluso las criaturas más pequeñas pueden superar las adversidades con suficiente amor y dedicación.
Un año después de encontrarla, el centro me invitó a visitarla. Esperaba ver un conejito tierno y manso. En cambio, frente a mí se encontraba una mezcla de Gigante Flamenco sorprendentemente grande, una de las razas de conejos más grandes del mundo.
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