El esposo dejó los papeles del divorcio sobre la mesa y, con una sonrisa triunfante, arrastró su maleta con cuatro millones de pesos rumbo a la casa de su amante… La esposa no dijo una sola palabra. Pero exactamente una semana después, ella hizo una llamada telefónica que sacudió su mundo. Él regresó corriendo… demasiado tarde.

El ruido de las ruedas de la maleta raspando el piso de mosaicos antiguos resonaba por toda la casa, tan estridente como la sonrisa de Ricardo en ese momento.
Frente al espejo del pasillo, se acomodó el cuello de su camisa italiana, se roció un poco más de perfume caro y giró para mirar a Elena, su esposa, que estaba agachada trapeando el suelo con un vestido viejo y descolorido.

—Ya me voy —dijo Ricardo con tono condescendiente—.
—Los papeles del divorcio ya están firmados. Están sobre la mesa. Fírmalos tú también y entrégalos al juzgado.
—La casa te la dejo, por lástima. Pero el dinero en efectivo y los coches me los llevo yo.

Elena levantó la cabeza. Sin maquillaje, con el cabello recogido a toda prisa, lo miró con una calma inquietante.

—¿Estás seguro? —preguntó suavemente—.
—Porque una vez que cruces esa puerta… no habrá vuelta atrás.

Ricardo soltó una carcajada.

—¿Volver? ¿Estás bromeando?
—Por fin salgo de esta tumba aburrida para irme al paraíso con Valeria.
—Mírate: apagada, anticuada, todo el día en la cocina.
—A tu lado me siento menos hombre.
—Adiós, “sobras recalentadas”. Ojalá encuentres algún viejo que te mantenga.

Tomó la maleta y se fue sin mirar atrás.
La puerta se cerró de golpe.

Elena dejó el trapeador. Caminó hasta la mesa, tomó los papeles del divorcio y firmó con un solo trazo firme.
En sus labios apareció una leve sonrisa.
No era de dolor.
Era de liberación.

Ricardo se mudó con Valeria, joven, sensual, explosiva.
Los primeros tres días fueron un sueño.
El cuarto día, el “paraíso” empezó a resquebrajarse.

⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬

Leave a Comment