Cuando la amante de mi esposo quedó embarazada, toda la familia de mi suegra me pidió que abandonara la casa. Yo simplemente sonreí y dije una sola frase… y las caras de los seis presentes se desmoronaron de inmediato.
—¿Qué?
—¡No puede ser!
—¡Estás inventando!
—¿Por qué no lo dijiste antes?
Ariana se desfiguró. Sus labios temblaron.
—No… él me dijo que ya no… que ustedes ya no intentaban nada…
—No intentábamos —respondí—. Pero la vida es caprichosa.
Adrián se puso de pie de golpe.
—Marifer, si eso es cierto, ¿por qué no me avisaste?
Lo miré con frialdad.
—Estabas ocupado “amando” a otra.
Cerró la boca de inmediato.
Doña Lidia fue la primera en reaccionar, ahora dulzona.
—Marifer, mijita… debiste decirnos. Un bebé necesita a su familia. Claro que no te vas a ir. Podemos arreglarlo.
—¿Ahora sí me quieren? —pregunté.
—Ese niño es sangre nuestra —insistió—. Tú puedes quedarte. Esa mujer… —miró a Ariana con desprecio repentino— puede esperar afuera mientras resolvemos.
—¡Ustedes me prometieron que me aceptarían! —chilló Ariana.
—¡No sabíamos que Marifer estaba embarazada! —le gritó Doña Lidia.
Yo dejé que se pelearan.
Tenía una carta más.
Cuando la discusión se volvió insoportable, toqué la mesa con suavidad.
—En realidad —dije— mi embarazo no es la noticia más importante.
Se callaron.
—¿Qué más? —susurró Adrián, casi temblando.
Respiré profundamente.
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