Decidí poner a prueba a mi marido y le dije: «¡Cariño, me han despedido!», aunque en realidad me habían ascendido. Me gritó y me declaró inútil. Al día siguiente, escuché su conversación con mi suegra. Lo que oí… me heló de horror… 😲😲😲
De camino a casa, me invadió una extraña sensación. ¿Y si a Anton no le alegraba mi ascenso? ¿Y si le irritaba, o peor aún, le daba celos? Al fin y al cabo, ahora ganaría más que él. ¿No sería esa otra razón para distanciarnos? Sabía que para mi marido siempre había sido importante ser el que mantenía a la familia, el protector.
Aunque ambos trabajábamos y contribuíamos prácticamente por igual al presupuesto familiar, le gustaba repetir que él era quien proveía para la familia. Había cierto orgullo patriarcal en ello, quizá inculcado por su madre, una mujer chapada a la antigua. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea.
¿Y si pongo a prueba su reacción? ¿Y si le digo que no me han ascendido, sino que me han despedido? Ver cómo reacciona: ¿me apoyará en este momento difícil? Y entonces, cuando vea su sincera simpatía y apoyo, admitir que era una broma y que en realidad tengo una gran noticia. Probablemente no fue la decisión más inteligente de mi parte. Mezquina, incluso estúpida.
Pero quería asegurarme de que mi esposo seguía a mi lado, de que estaba dispuesto a apoyarme en cualquier situación, tal como lo prometió en el altar. En las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. Cuando llegué a casa, encontré a Anton frente a su computadora portátil…
—”Me han despedido”. Su reacción fue completamente diferente a la que esperaba. En lugar de simpatía y apoyo, su rostro se contrajo de ira.
Cerró la computadora portátil de golpe y se levantó de un salto del sofá.