El Millonario Anciano De 70 Años Jamás Pensó… Que Su Empleada Le Haría Sentir Como A Los Veinte…
“Buenos días, señor”, dijo tímidamente cuando león apareció en la escalera principal. El hombre la observó desde arriba con la rigidez de quien ha olvidado cómo se sonríe. ¿Quién la contrató? Preguntó sin mirarla directamente. El señor Ramiro, su mayordomo. Me dijeron que empezaba hoy. Ah, claro, otra más. Y siguió su camino sin darle una segunda mirada. Lucía respiró hondo. No era la primera vez que alguien la trataba así, pero había algo distinto en él. No era arrogancia, era tristeza, una tristeza tan profunda que parecía no caberle en el cuerpo.
Durante los primeros días, Lucía se dedicó a limpiar los pasillos, cuidar las plantas y preparar té para el Señor Santa María a las 5 en punto. No hablaba mucho, pero tenía una forma de moverse que llamaba la atención. suave, sin prisa, como si cada cosa que tocaba mereciera respeto. Y aunque no lo admitiera, león empezó a notarlo. Una tarde la vio arrodillada en el jardín cortando ramas secas, su cabello recogido, su rostro cubierto de sol y una expresión tranquila que contrastaba con todo lo que él sentía por dentro.
“Deje eso”, dijo él desde el balcón. No se preocupe, señor, ya termino. Estas plantas solo necesitan un poco de cariño. Son solo plantas, gruñó él. Lucía levantó la vista y con una leve sonrisa respondió, “Todo florece si se le cuida bien, hasta lo que parece seco.” Él no respondió, pero esas palabras le quedaron dando vueltas en la cabeza toda la noche. Esa misma noche, mientras el mayordomo servía la cena, León preguntó sin levantar la vista del plato, “¿Hace cuánto trabaja la nueva muchacha?” “Tres días, señor.” “M, no parece una empleada.
No, señor, es diferente. Y lo era. Lucía tenía una forma de mirar el mundo que desarmaba las defensas. No se quejaba, no murmuraba, no temía al silencio. Parecía encontrar consuelo, incluso en la rutina más simple. Una mañana, mientras sacudía los retratos antiguos, se detuvo frente a una foto de león con su esposa. Él entró justo en ese momento. “No toque eso”, dijo con voz fría. Lucía bajó la mirada. Perdón, señor, solo la vi y parecía feliz. León se quedó quieto.
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