Encontré a una niña escondida en mi contenedor de basura con una pulsera de diamantes en la muñeca y me di cuenta de que era la niña que toda la ciudad había estado buscando.

El llanto tras el edificio
El viento de esa noche me resultaba personal, como si intentara grabarme el nombre en la sangre. 23 de diciembre, Lakeshore City. Las ventanas brillaban rojas y verdes, las calles llenas de gente cargando bolsas de la compra y esperanzas de última hora.

Yo no formaba parte de nada de eso. Estaba detrás de mi viejo edificio, luchando con una bolsa de basura rota que había volado por el callejón.

Debería haber estado en casa de mi hermano en las afueras, sonriendo como si la vida estuviera bien. En cambio, era una periodista de investigación recién despedida, con la reputación dañada y una vivienda de alquiler controlado que olía a café viejo y tinta de impresora.

Arrastré la bolsa rota hacia el contenedor. Se me resbaló de las manos y golpeó el metal en lugar de entrar.

“Perfecto”, murmuré, con el aliento flotando en el aire como humo de cigarrillo.

 

 

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