Había colocado una cámara oculta en mi habitación para obtener pruebas de que mi suegra revisaba mis cosas y se llevaba mi oro, pero nunca imaginé que tendría que presenciar la escena repugnante de lo que mi marido había estado haciendo a escondidas durante los últimos diez años…
No era oro.
Eran pagarés. Decenas.
Firmados a mi nombre.
Yo nunca había visto esos documentos en mi vida.
Doña Rosa dijo, alto y claro, tan fuerte que el micrófono lo captó perfecto:
—Guárdalos bien, ¿eh? No dejes que Mariana se entere. Y el dinerito que ella me manda cada mes… te quedas tú con la mitad. Esta muchacha es bien confiada.
Sentí como si alguien me apretara el corazón.
¿Mi dinero?
¿Mis pagarés?
¿Para qué? ¿Por qué?
Entonces Raúl habló, con una voz temblorosa, casi suplicante:
—Mamá… por favor. No le diga. Ya llevamos diez años con esto. Si Mariana sabe algo… mi vida se acaba.
Doña Rosa cruzó los brazos.
—Entonces dame su tarjeta de nómina. ¿O quieres que le diga sobre la otra?
Raúl bajó la cabeza, derrotado.
—Está bien… mañana se la quito.
Yo veía todo desde la pantalla, muda, paralizada.
Y vino lo peor.
Raúl abrió una caja que yo jamás había visto en mi propia casa.
Dentro había recibos:
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Renta de un departamento en Zapopan
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Gastos médicos de un niño de 8 años
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Pagos de escuela y uniformes
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Y… un acta de nacimiento.
El zoom de la cámara mostró claro:
Padre: Raúl Hernández
Casi solté el celular.
Doña Rosa remató con una frase que me atravesó como un cuchillo:
—Tú cállate y sigue escondiendo todo. Que Mariana te mantenga a ti… y al niño ese. Más tonta ella, ¿no?
Me quería morir.
Raúl, como un ladrón, siguió revisando mis cosas. Luego le pasó a su madre un fajo de billetes que yo jamás había visto.
Y finalmente…
mi anillo de matrimonio.
—Guárdalo —dijo Raúl—. La otra me está presionando. Hay que preparar el divorcio.
Mi mundo se quedó en silencio.
Siete años de matrimonio.
Diez años de engaños.
Yo, manteniendo a su hijo con otra mujer.
Yo, subsidiando a su madre que me robaba.
Yo, siendo usada como tonta útil mientras ellos planeaban sacarme de mi propia vida.
Todo… revelado por la cámara que puse para atrapar a mi suegra robándose oro.
Pero la historia no terminó ahí.
Guardé todo el video.
Lo descargué.
Y esa misma noche empaqué mis cosas y fui directo a casa de mi hermana.
Al día siguiente, acompañada de un abogado, presenté la denuncia por fraude, robo y falsificación de documentos.
También solicité el divorcio inmediato y la restitución de mis bienes.
La policía llegó a la casa.
Encontraron los pagarés falsificados, mis joyas, el anillo y los sobres de dinero.
Doña Rosa gritó, lloró, maldijo.
Raúl intentó dar explicaciones.
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