«La suegra rapó sin piedad a la novia el mismo día de la boda y la expulsó a un monasterio, pero lo que ella hizo en los 10 días siguientes dejó al hijo de la mujer completamente fuera de sí.»

No lloró.
No dijo nada.
Solo caminó con un silencio que daba miedo.

Todos pensaron que Mariana desaparecería.

Pero al décimo día, a las 3 de la madrugada, el celular de Javier no dejaba de sonar.

Mensajes de vecinos, de primos, de albañiles del barrio:

—Oye, creo que tu esposa está… ¿construyendo una casa?
—La vi demoliendo la vieja bodega del final del pueblo. Dice que va a montar un estudio.
—Hay obreros trabajando día y noche. Y ella paga sin regatear.

Javier se quedó paralizado.

Doña Rosa se levantó con la cara pálida:

—¿Con qué dinero? ¿Qué está haciendo esa muchacha?

Javier salió corriendo.

Y cuando llegó al terreno al borde del pueblo, se quedó sin aire.

En ese espacio enorme —el mismo terreno que su madre había NEGADO prestarle a Mariana para abrir un negocio antes de la boda— Mariana estaba ahí, con ropa de trabajo, la cabeza rapada, sosteniendo planos y dando órdenes a los albañiles.

Las paredes ya estaban levantándose.

El letrero estaba listo:

Javier tartamudeó:

—Amor… ¿qué… qué estás haciendo?

Mariana volteó.
Su rostro afeitado dejaba ver toda su fuerza.
Su mirada era tan afilada que varios obreros dieron un paso atrás.

—¿Creíste que raparme me iba a destruir? —preguntó.

Levantó la cabeza con orgullo.

—Usé estos diez días para hacer algo que tu familia jamás pensó que yo pudiera.

Doña Rosa gritó:

—¿De dónde sacaste dinero para esto? ¡Vas a dejar en vergüenza a mi familia! ¡Eres una insolente!

Mariana sonrió de lado.

—¿El dinero? De mi cuenta de ahorros, del rendimiento de mis inversiones en la bolsa… y…

Sacó un sobre rojo, brillante.

—…de los 200 metros cuadrados de terreno que compré anteayer.

Los ojos de Javier se abrieron de par en par.

—¿E-este terreno es tuyo?

Mariana los miró sin pestañear:

—Sí. Antes solo pedía un pedacito para poner un negocio pequeño. Pero ahora…
Ahora será mi patrimonio completo.

Los vecinos cuchicheaban:

—Esa muchacha sí que tiene carácter…
—Y con la cabeza rapada se ve más fuerte que nunca…

El día de la inauguración, todo el pueblo llegó a felicitarla.

Mariana estaba radiante entre luces cálidas y cámaras nuevas.

Javier se abrió paso entre la gente, la tomó del brazo:

—Regresa a casa. Mamá ya pidió perdón. Sé buena… vuelve a ser mi esposa.

Mariana se soltó, fría como hielo:

—Esa casa dejó de ser mía el día que tu mamá puso la máquina sobre mi cabeza.

Javier enrojeció, desesperado:

—¡No puedes dejarme! ¡No te doy permiso!

Mariana lo miró con una calma devastadora:

—El día que me raparon, te quedaste inmóvil.
El día que me echaron, te quedaste inmóvil.
Hoy… ya no tienes derecho a estar a mi lado.

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