MI ESPOSO VOLVÍA TODOS LOS DÍAS A LA MEDIANOCHE DEL BAR; AQUELLA NOCHE LE ROMPÍ EL TELÉFONO… Y TRES DÍAS DESPUÉS APARECIÓ UN BEBÉ EN NUESTRA PUERTA
Solo… la silueta pequeña del bebé apareciendo desde un rincón oscuro de la imagen a las 5:13 a.m., como si hubiera salido de un vacío absoluto.
Me quedé helada. Hugo se desplomó en la silla.
— “Nos encontró…”
— “¿QUIÉN?” grité.
Hugo respiró hondo y, con la voz hecha un hilo, confesó:
— “No te fui infiel. Pero sí te oculté algo.”
Me contó que, desde hacía meses, en el bar “La Llorona Azul”, donde trabajaba, veía siempre a una joven llamada Marisol, cargando a un bebé.
No atendía mesas.
No tomaba pedido.
Solo se quedaba parada en el pasillo, observándolo cantar junto a la banda, con lágrimas corriendo por el rostro.
Un día, él se acercó a preguntarle qué sucedía.
Marisol, con los ojos hundidos, respondió:
— “Mi hija nació de siete meses… vivió solo un día. Pero no se ha ido. Yo la veo cada noche. En los baños, en los espejos, en las mesas cuando ya no queda nadie.”
Después ella le rogó:
— “Por favor… cántale una canción. Solo escucha tu voz. A nadie más.”
Hugo al principio pensó que era una alucinación.
Hasta que revisó las cámaras del bar y vio… un bulto pequeño junto a Marisol cada vez que él tomaba el micrófono para animar el ambiente.
Pero hace tres semanas dejó de ir al bar para pasar más tiempo conmigo.
Y desde entonces, Marisol desapareció.
Dijeron que había sido internada… que su mente no aguantó.
Temblando, miré a la bebé dormida en la canasta.
— “¿Quieres decir que esto… no es un bebé real?”
Hugo señaló el papel.
— “Fíjate bien en la tinta.”
Tomé el papel. No era tinta.
Eran marcas diluidas, como si hubieran sido escritas con lágrimas.
Y bajo la luz de la mañana, comenzó a aparecer otra línea, recién formada:
“Mamá ya se fue. Ya encontré a papá. Pero no puedo quedarme mucho…”
La hoja cayó de mis manos.
La bebé abrió los ojos.
Negros. Completamente negros.
Sin iris. Sin blanco.
Se incorporó sin usar las manos.
Mirándonos fijamente.
Hugo retrocedió, casi sollozando:
— “No viene a reclamar a su padre… viene a escuchar la última canción.”
La habitación se llenó de un aire helado. La bebé abrió la boca… demasiado grande… demasiado humana y al mismo tiempo no.
Yo me aferré al brazo de Hugo:
— “Hazlo. Cántale. Por favor.”
Hugo, temblando, empezó a cantar la misma canción que Marisol le pedía siempre:
una vieja canción de cuna mexicana, “A la Nanita Nana”.
La voz de Hugo era débil al comienzo, luego más firme.
La bebé cerró los ojos.
La boca volvió a su tamaño normal.
Su cuerpo se relajó dentro de la canasta.
Continua en la siguiente pagina