Allí estaba.
Anciano, exhausto, pero seguía siendo el mismo Caleb.
Se sentó en silencio a su lado, sacó el mismo papel del bolsillo y lo rompió.
—Soy un tonto —dijo en voz baja—. Debí haber creído con el corazón, no con números.
No pude responder. Solo lágrimas.
Se acercó a Lucas y se arrodilló.
—Lo siento, hijo.
Lucas lo miró y simplemente lo abrazó.
Sin palabras.
Final
No volvimos a nuestras vidas anteriores. No hay cura para esto.
Pero aprendimos a respirar de nuevo.
Helen desapareció de nuestras vidas.