“¿Tu padre?”
“Falleció”.
La palabra le cayó pesada.
La mujer sollozó silenciosamente.
El chico continuó.
“Me enseñó que la seguridad cara a menudo protege el orgullo más que cualquier cosa importante”.
Uno de los hombres se removió incómodo.
Arthur volvió a reír, pero con tensión.
“¿Así que crees que conoces mi caja fuerte?”
“Sí, señor.”
El código que nadie debía saber
Arthur se enderezó por completo.
“Eso es imposible.”
El chico se acercó a la caja fuerte, sin tocarla.
“Nunca cambiaste el código maestro de fábrica.”
Arthur se quedó paralizado.
“Tu código es 74291”, dijo el chico en voz baja.
El rostro de Arthur palideció.
“¿Cómo…?”
“Porque la mayoría de los dueños no eliminan la vulnerabilidad original”, explicó el chico. “Solo añaden más capas encima.”
Nadie rió.
Nadie habló.
Arthur se hundió en su silla.
Una oferta diferente
El chico se giró hacia su madre.
“Mamá, ¿puedo decir algo?”
Ella asintió, con lágrimas corriendo por su rostro.
El chico volvió a mirar a Arthur.
“No quiero tu dinero.”
Arthur tragó saliva.
“Entonces, ¿qué quieres?”
El chico habló despacio.
“Un trabajo de verdad para mi madre. Nada de limpieza. Ella daba clases.”
Arthur asintió, atónito.
“Un fondo educativo para los hijos de los trabajadores”, continuó el chico. “Dirigido por ellos, no por ti.”
Los hombres intercambiaron miradas.
“Y cambia tu código”, terminó el chico. “Porque ahora lo sé.”
Arthur se puso de pie.
“Trato hecho.”
Le extendió la mano.
El chico se la estrechó.
Cuando el Poder Empieza a Cambiar
Tres días después, se filtró el video.
El mundo lo vio todo.
Las acciones de la empresa de Arthur cayeron de la noche a la mañana.
Los periodistas rodearon el edificio.
Arthur esperaba rabia.
En cambio, sintió vergüenza.
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