La noche en que todo se derrumbó
Antes de la tragedia, la vida de Michael había sido vibrante, brillante, llena de planes. Sus hijas eran gemelas idénticas, con cabello castaño rizado y cálidos ojos color miel. Eran el fuego en su pecho, la razón por la que trabajaba tan duro.
Su matrimonio con Hannah Mercer se había derrumbado lentamente: discusiones, distancia, diferentes prioridades. Después del divorcio, ella se llevó a las niñas y, inesperadamente, se mudó de una cómoda casa en Scottsdale a un destartalado apartamento de alquiler en las afueras de Albuquerque, Nuevo México. Dijo que quería “un barrio más tranquilo”.
Michael lo dudaba, pero mientras pudiera ver a sus hijas cuatro días a la semana, no insistió más.
Entonces, un martes a las 3:14 a. m., sonó su teléfono.
Un policía de Nuevo México le informó que había ocurrido un grave accidente de carretera.
Un vehículo había dado varias vueltas de campana, se había incendiado y la identificación coincidía con la de Hannah y las dos niñas.
Michael conducía sin memoria.
En la comisaría le dijeron lo mismo: no se pudo identificar visualmente ningún cuerpo, solo “pertenencias” y “documentos”.
Estaba demasiado destrozado como para cuestionar nada.