Un multimillonario invita a modelos para que ayuden a su hija a elegir una madre, pero ella elige a la ama de llaves.

Claire, discreta y amable, no usaba joyas ni perfumes caros. Sin embargo, Émilie vio en ella algo que todo el oro del mundo no podía ofrecer:  verdadera ternura . Cada noche, Claire le contaba historias, le hacía trenzas y le recordaba que se lavara los dientes.

Para Guillaume, era impensable. ¿Cómo podía su hija preferir a una mujer sencilla antes que a esas candidatas ideales? Pero ante la rotunda negativa de Émilie —quien declaró que jamás le volvería a dirigir la palabra si rechazaba a Claire— el multimillonario comenzó a observar con atención. Y poco a poco, comprendió: lo que hacía feliz a su hija no era el prestigio, sino la presencia.

El amor no se mide por el estatus social.

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