UN MULTIMILLONARIO SE HIZO PASAR POR CONSERJE EN SU PROPIO HOTEL Y DESPIDIÓ A TODO EL PERSONAL, INCLUYENDO AL GERENTE

 

Era Ana, de unos 25 años.

—Don… perdóneme por lo que le hicieron. —Le ofreció un pan y una botella de agua—. Tome, por favor.

—Gracias, hija —susurró.

Ana vivía sola con su hijo enfermo y trabajaba doble turno para mantenerlo. Su sueño era ser empleada regular para conseguir seguro médico, pero su supervisor le pedía “mordida” para recomendarla.

Don Ricardo sintió un ardor en el pecho. Su hotel se había convertido en un nido de abuso.

Al día siguiente, una huésped VIP se resbaló en el lobby por su propio descuido. Pero buscó a quién culpar… y vio a Don Nica cerca, trapeando.

—¡Fue tu culpa! ¡El piso estaba mojado! —gritó.

Llegó Salazar, ávido de quedar bien con la VIP.

Aunque el piso estaba seco, gritó:

—¡Nica! ¡¿Qué hiciste?! —Y sin dejarlo hablar, ¡le dio una bofetada!

Luego ordenó:

—¡Límpiale los zapatos a la señora! ¡Y si tienes que usar la lengua, lo haces! ¡Aquí tú NO eres nadie!

En medio del silencio horrorizado del lobby, Don Nica se arrodilló y limpió el zapato con un trapo.

La huésped y Salazar se rieron.

Fue la última gota.

Esa noche, Don Ricardo llamó al Consejo.

—Mañana quiero una asamblea general. Todos deben estar presentes. Díganles que vuelvo de Suiza.

El Gran Salón del hotel se llenó de empleados. Salazar estaba impecable, oliendo a perfume francés.

—¡A ver todos en posición perfecta! ¡El CEO viene de Suiza! —gritaba.

Ana estaba atrás, nerviosa.

El presentador anunció:

—¡Con ustedes, nuestro CEO, Don Ricardo Villafuerte!

Las puertas se abrieron…

Pero no entró nadie.

Tras unos segundos, apareció —por el lado del escenario— el anciano conserje, Don Nica, con su trapeador.

Todos murmuraron, confundidos.

Salazar enfureció.

—¡Viejo loco! ¡Bájate de ahí! ¡Seguridad!

Lo tomó del cuello para bajarlo a la fuerza.

Y entonces…

—¡SUÉLTAME! —tronó una voz profunda.

La voz real de Don Ricardo.

Salazar se quedó helado.

Don Nica se quitó la peluca, el maquillaje, y el uniforme desgastado.

Debajo, llevaba un traje italiano impecable.

El anciano encorvado desapareció. Ante ellos estaba el verdadero dueño.

Toda la sala quedó muda.

Salazar cayó sentado, sin sangre en la cara.

—D-Don… Ricardo… —balbuceó.

Don Ricardo tomó el micrófono.

—Durante dos semanas caminé entre ustedes. Vi sus sonrisas falsas para los ricos… y sus colmillos para los pobres.

Se giró hacia los supervisores y gerentes.

—Vi abuso, humillación, corrupción y cobardía. Éste NO es el hotel que yo construí.

Sacó una lista.

 

 

 

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